Portada del libro La Insurreccion de Asturias, de Manuel Grossi Mier. 2014

Fecha:

4 mayo, 2016


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Libros · Publicaciones ·

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  • AHM

    4 mayo, 2016 a las 8:16 am Responder

    En momentos actuales donde la ofensiva de la derecha y los poderosos está golpeando violentamente las condiciones de vida de los trabajadores y cercenando conquistas democráticas logradas con tanta lucha, las enseñanzas de la Alianza Obrera son de una riqueza enorme donde todos debemos aprender, trabajar en función de los objetivos que nos unen y no de las diferencias especificas de cada uno. […] La publicación de este libro de trinchera es una magnífica ocasión para reflexionar sobre ello. [Enrique del Olmo. Presidente de la Fundación Andréu Nin]

  • AHM

    6 marzo, 2020 a las 7:18 pm Responder

    Manuel Grossi Mier nació en Oviedo el 17 de junio de 1905 y vivió en Mieres desde los tres años, donde trabajó desde los catorce en mina Mariana. Comunista opuesto al estalinismo, fue vicepresidente de la Alianza Obrera en Asturias cuando comenzó la Revolución de Octubre y se convirtió en uno de sus máximos responsables.

    Condenado a muerte por estos hechos fue amnistiado posteriormente y durante su detención en la Casa del Pueblo de Mieres escribió “La insurrección de Asturias”, publicada por ediciones de La Batalla en 1935 y reeditada en noviembre de 1978 por ediciones Jucar.

    Durante la Guerra Civil, mandó la columna del POUM, que se formó en Cataluña para luchar en el frente de Aragón. Tras la contienda se exilió en Brignoles (Francia) donde rehizo su vida. Mantuvo una correspondencia frecuente con sus amigos de juventud a los que al fin pudo volver a ver en Mieres tras la muerte de Franco.

    Falleció en 1984 cuando preparaba su retorno a España para participar en los actos conmemorativos del cincuentenario de la Revolución de Asturias, a los que había sido invitado.

    Conozco de sobra la extraña sensación con que se cierran los días de lucha. Me encuentro en Barcelona, con Buenaventura Durruti, uno de los revolucionarios más valientes que he conocido y que ha decidido pasar esta noche del 19 de julio de 1936 en nuestra sede del POUM. Acaba de cerrarse la primera jornada de una contienda que no sabemos cuando acabará y hemos disparado juntos, primero en la Plaza de Cataluña y más tarde en los alrededores de la Universidad.
    Durruti siempre ha tenido mucho respeto por Asturias: “Los socialistas asturianos no son como los demás socialistas”, le dijo hace un año a mi compañero Julián Gorkin, cuando coincidieron en la cárcel modelo de Valencia, y efectivamente, en la formación de la Alianza Obrera, esta fue la única región de España en la que los anarquistas de la CNT decidieron sumarse a nosotros.

    No se como empezó todo, tal vez fue el ambiente politizado que se vivía en el Mieres de los años treinta el que nos empujaba a todos a la militancia. Yo trabajaba desde los catorce años en Mariana y, como la mayor parte de los mineros vivía convencido de que era necesario otro mundo más igualitario.
    La miseria cotidiana y la represión tras las huelgas de 1906 y 1917 nos invitaban a la organización revolucionaria y, convencido por los actos de propaganda, las publicaciones obreras y el carisma de líderes como Jesús Ibáñez, en 1929 entré en el Partido Comunista.

    El café Carolina era entonces un vivero para todas las ideologías. Allí coincidían a la vez varias tertulias políticas: había dos grupos socialistas, el que encabezaba Antonín Llaneza, siguiendo la línea de su padre, y el más intelectual del abogado Juan Pablo García.

    En otra mesa, los anarquistas de Solano Palacios, que eran pocos, al contrario de lo que sucedía en La Felguera. Más allá, otros dos grupos: el de Izquierda Republicana y el de los reformistas del partido de Melquíades Álvarez, y para que no faltase el contrapunto, también los conservadores de la Agremiación Católica y Obrera, dirigidos por el cura Samuel Fernández- Miranda.

    Y en medio de este ambiente, nosotros, un grupo de comunistas, que nos cansamos pronto del autoritarismo que imperaba en el partido y que buscábamos otro tipo de organización. En 1932, por fin nos decidimos a dar el paso y constituimos en Mieres un núcleo del Bloque Obrero y Campesino, una pequeña organización, que apenas contaba con implantación fuera de Cataluña, pero en la que encontramos mayor libertad de movimientos.

    Allí estaba yo, junto a Benjamín Escobar, José Prieto, Mauricio Magdalena y otro puñado de compañeros de la mina. Aún recuerdo la consigna que hicimos popular en las asambleas: “Ni un céntimo menos, ni un minuto más”.

    Cuando llegó Octubre de 1934, todos entramos en la Alianza Obrera y a mí se me encargó su vicepresidencia. El presidente fue entonces el socialista Bonifacio Martín y el secretario el anarquista José María Martínez, dos héroes del pueblo que supieron limar sus diferencias políticas y cayeron en aquellos combates.
    Recuerdo las primeras escaramuzas en Mieres y mi primera intervención, a las ocho y media de la mañana del día 5, proclamando desde un balcón del Ayuntamiento, ante 2.000 mineros mal armados la República Socialista. Todo era nuevo: la supresión de la moneda, el intento de hacer desaparecer junto a los archivos los privilegios de la herencia…

    Luego, la sensación fue agridulce. Las realidad nos hizo ver pronto que nunca pasaríamos de las primeras victorias y cuando Asturias se quedo sola, nos dimos cuenta de que la derrota era cuestión de días.

    Tuvimos tiempo para conocer todas las facetas de la naturaleza humana: el valor y la cobardía; la generosidad y la traición; vivimos en nuestra zona la barbarie de los fanáticos y los asesinatos incontrolados de religiosos y sufrimos después en nuestras familias la inmediata venganza del ejército africanista.

    Recuerdo que en la madrugada del día 19, tras la última reunión del Comité de Mieres, decidí entregar las armas al delegado gubernativo don Sergio León y asumir las responsabilidades que me correspondían, mientras otros huían.

    Entonces por mi mente pasaron muchas escenas, pero una especialmente cruda: la jornada del día 9, cuando tras un bombardeo, pude ver sobre la calle Ramón y Cajal nueve cadáveres y veinticinco heridos; todos conocidos, y todos inocentes.

    Los quince días de revolución y utopía se cerraron con una derrota previsible. Y luego Asturias se llenó de torturas y de prisiones: La Modelo o Las Adoratrices, en Oviedo; El Coto, en Gijón; el Hachu y la Casa del Pueblo en Mieres.

    Allí, en sus sótanos, mientras esperaba mi condena a muerte por un Tribunal Militar, decidí escribir la crónica de aquellas jornadas para que nadie pudiese tergiversar la historia.

    Ya en septiembre de 1935, los compañeros del Bloque, que aún manteníamos la ilusión, nos unimos a otro partido minoritario de carácter troskista, Izquierda Comunista, con algunos afiliados en Oviedo, Gijón y Langreo y pasamos a constituir el Partido Obrero de Unificación Marxista en Asturias.

    Desde entonces, las relaciones con los compañeros catalanes han sido muy fluidas; ahora Mauricio Magdalena forma parte del Comité Central del POUM y yo he sido encargado de dirigir junto a Jordi Arquer una de las tres columnas que van a partir inmediatamente hacia Aragón. Durruti se va encargar de la CNT y José del Barrio de la del PSUC.

    Algunos hablan de guerra; nosotros volvemos a la Revolución.

    AUTOR – Ernesto Burgos

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