Una vez finalizadas las guerras carlistas, con la consiguiente victoria de los “isabelinos”, se liberalizó de forma abrupta la industria y el mercado minero en Vizcaya, favoreciendo la entrada de capital foráneo para la extirpación total del mineral vizcaíno. Así las cosas, la tierra comunal pasó a ser de propie­dad; el viejo minero dejó de ser autónomo para convertirse en mano de obra asalariada; y los deseos del capital local y. foráneo por arrancar, en la mayor brevedad posible, el mineral, provocó un masivo e intenso flujo migratorio. Éstos se asentaron sobre un terreno árido y yermo, sin infraestructuras de nin­guna clase, para trabajar en unas condicio­nes perniciosas y malas para la vida de los mineros. Como consecuencia de las malas condiciones laborales y de vida en toda la Cuenca minera de Vizcaya, la mortalidad ascendió de manera gradual, siendo además la tasa de mortalidad infantil depauperante y escalofriante.
Los muertos, enfermos y heridos eran tantos que los propietarios de las minas, agrupados, lo mayoría de ellos, en la aso­ciación Círculo Minero, se vieron en la obli­gación de construir un hospital, que pasado un tiempo se convertiría en seña de identi­dad de la medicina vizcaína, siendo su pri­mer director un visionario y un adelantado de la época.
Los tres hospitales mineros trabajaron denodadamente por y para salvar las vidas maltrechas de los sufridos mineros, hasta 1930 que fue cuando, agonizando, cerró las puertas el último de los hospitales mineros, el Hospital minero de Triano.
El presente trabajo de investigación ofre­ce un diagnóstico pormenorizado de las cau­sas de mortandad en la Cuenca minera de Vizcaya en una época determinada, qué situación política y social se vivía, cuál era el
modo de vida de los jornaleros, y qué papel protagonizaron los hospitales mineros sobre toda la población minera.