Islandia pone la primera piedra para acabar con los gases de efecto invernadero convirtiendo la contaminación por CO2 en piedras.

Por Carlos Manuel Sánchez/ XL Semanal

Hengill es una montaña mágica para los islandeses. Un diputado del Parlamento trasladó un trozo de 30 toneladas al jardín de su casa porque, según él, albergaba a una familia de elfos, las criaturas invisibles del folclore islandés, que por aquellas latitudes son como las meigas: haberlos, haylos.

Para ser más precisos, Hengill es un volcán. Y allí está instalada la central geotérmica más grande del planeta. Hellisheidi. Como en cualquier central de este tipo, el agua se inyecta en tuberías subterráneas que pasan cerca de las gigantescas bolsas de magma del volcán, donde se calienta y se envía a la capital, Reikiavik, distante unos 35 kilómetros. El vapor de agua resultante se aprovecha para mover unas turbinas que generan electricidad. Hasta aquí (elfos aparte), todo normal.

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Este proceso es bastante más limpio que el de una central térmica de carbón. Pero no es totalmente ecológico, pues el vapor de agua va mezclado con dióxido de carbono (CO2) y sulfuros, que se liberan a la atmósfera. El olor azufroso del lugar es muy característico. El bombeo del agua en la inestable corteza terrestre tiene, además, otro inconveniente. de vez en cuando provoca terremotos de hasta cuatro grados en la escala de Richter.

          Objetivo: solidificar el CO2

¿Recuerdan la erupción de otro volcán islandés, de nombre impronunciable -Eyjafjallajokull-, cuyas cenizas obligaron a cerrar el tráfico aéreo en Europa? Aquello sucedió en 2010. Unos meses después, los científicos observaron un fenómeno curioso. el agua de un río cercano se volvió blancuzca y en sus orillas se formaron unos coágulos parecidos a trozos de tiza.

El plan surgió tras la erupción del volcán que paralizó los vuelos de Europa

La extraña sustancia resultó ser CO2 solidificado. ¿La explicación? Las cenizas depositadas en el lecho del río, mezcladas con el agua (con un PH bajo) y el basalto del fondo, reaccionaban y convertían el CO2 en ‘trombos’ flotantes, algo parecido a lo que sucede en la sangre de una persona con el colesterol alto. Es un proceso geológico natural, solo que en condiciones normales suele tardar cientos o miles de años. A alguien se le encendió entonces una lucecita. Y en 2012 un equipo internacional de las universidades de Southampton (Reino Unido), Columbia (EE.UU.), Copenhague e Islandia comenzó el proyecto CarbFix, cuyos prometedores resultados han sido publicados recientemente en la revista Science.

         La contaminación no va a la atmósfera

Volvamos a la central geotérmica de Hellisheidi, sede del proyecto. Lo que están haciendo allí los ingenieros es recoger el dióxido de carbono y, en vez de dejar que se escape a la atmósfera, lo reinyectan en el subsuelo, donde se va espesando hasta convertirse en piedra caliza mediante un proceso químico natural -análogo al del río que se volvió blanco- aplastado por la presión y en contacto con el basalto, una roca volcánica, negra, porosa y con mucha capacidad para metamorfosearse, omnipresente en Islandia, una isla que básicamente es una gran torta de basalto en el Atlántico Norte. De este modo, el CO2 queda atrapado para siempre, almacenado en el interior de la montaña.

Con esta técnica, el CO2 queda atrapado para siempre, almacenado en el interior de la montaña. Y no contamina

Lo que más sorprendió a los investigadores es la velocidad del proceso de mineralización del dióxido de carbono. «Nadie esperaba que ocurriera tan rápido», explica Edda Sif Aradóttir, gerente del proyecto CarbFix. «Entre el 95 y el 98 por ciento del material inyectado se ha convertido en piedra en menos de dos años», puntualiza Juerg Matter, director científico. Ya se almacenan unas 5000 toneladas anuales, aunque los islandeses están instalando más equipos para acelerar el ritmo.

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Hay otras maneras de ‘secuestrar’ el CO2, pero la ventaja del método islandés es que una vez que lo has solidificado y convertido en roca te puedes olvidar de él para siempre.
Otras técnicas de almacenamiento más convencionales, como la inyección directa en el subsuelo, obligan a una vigilancia durante siglos, no solo por el riesgo de explosiones, al tratarse de un material volátil e inestable, sino también porque el CO2, presurizado y caliente para formar lo que se conoce como un estado ‘supercrítico’ (que posee al mismo tiempo las cualidades de un gas y de un líquido), irá buscando cualquier grieta para salir de nuevo a la atmósfera, como un genio que escapa de la lámpara. Además, es más barato.

          Un sistema muy barato

A la compañía eléctrica de Reikiavik le cuesta unos 25 euros cada tonelada capturada y enterrada, lo que supone un coste hasta tres veces menor que el de los métodos convencionales. No obstante, se necesitan fuertes inversiones en infraestructuras de prospección del suelo. «Haría falta un impuesto global al CO2 para impulsar esta tecnología a nivel mundial», según Matter.

 

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A la compañía eléctrica le cuesta 25 euros la tonelada enterrada, un coste tres veces menor que con métodos convencionales

¿Inconvenientes? Se necesitan 23 toneladas de agua por cada tonelada de CO2, lo que es una barbaridad. En Islandia sobra agua, pero no en el resto del mundo, aunque podría valer el agua del mar. Y muchas centrales están en zonas costeras. El otro ingrediente básico para considerar si esta tecnología puede ser exportable es la presencia de basalto, la roca volcánica más abundante del planeta, presente en casi todos los fondos marinos, aunque solo en el 10 por ciento de la tierra continental.

Los críticos apuntan a un problema más sutil, de mentalidad. Si los políticos consideran que el calentamiento global puede atajarse con esta técnica, podría servir como excusa para desincentivar la verdadera solución, que es reducir el uso de combustibles fósiles y entorpecer así las dificultosas negociaciones en las sucesivas cumbres sobre el clima. De momento, este método supone un modesto beneficio inesperado para algunos islandeses. El agua caliente que sale por el grifo en los hogares de Reikiavik, que abastece la central de Hellisheidi, ya no huele a huevos podridos.

          Una central en el volcán

El proyecto CarbFix convierte los gases de efecto invernadero que se producen en la central geotérmica de Hellisheidi (Islandia) en piedras.
Esta central, asentada sobre un volcán, solo libera a la atmósfera por sus chimeneas vapor de agua; el CO2 y otros gases ‘sucios’ los solidifica.

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          ¿Esta tecnología es exportable?

En el proyecto trabajan científicos de cuatro países. La idea es exportar esta técnica. Un argumento a favor es que es barata, aunque haría falta un impuesto global sobre el CO2 para financiarla a gran escala. Los ingredientes básicos son agua y basalto, omnipresentes en Islandia y en muchas zonas costeras, pero no en todo el planeta.

         ¿Qué son esas manchas blanquecinas?

Los investigadores examinan una cata realizada en el subsuelo. Las manchas blanquecinas de la roca son el CO2 solidificado. La humanidad tiene un problema con el CO2. Cada año se emiten a la atmósfera 40.000 millones de toneladas. Se están desarrollando varias tecnologías para enterrarlo, pero el método islandés es el único que lo convierte en una roca estable que se puede almacenar sin riesgo de fugas ni explosiones. De momento solo se almacenan 5000 toneladas anuales. Pero por algo se empieza…

         Así se convierte el CO2 en piedra

La quema de combustibles fósiles libera dióxido de carbono (CO2) a la atmósfera, un gas que atrapa el calor y contribuye al calentamiento global. La planta geotérmica de Islandia convierte este gas de efecto invernadero en roca basáltica. Así funciona.

Imprimir                                   Infografía: Sergio Arango

1 octubre, 2018